martes, 27 de abril de 2010

El Curioso Caso de Brad II


Brad, actor oklahomanés de 47 años, empezó en esto del faranduleo disfrazado de pollo para una cadena de fast food. Ya en 1991, con sus quince minutos en Thelma & Louise dejó a las salas noqueadas al atracarnos con un secador en mano tras echar un polvazo con la Davis. Alcanzó la gloria como vampiro y nos dejó con un sie7e en el corazón al descubrirnos la cabeza de la Paltrow. A esta pava le siguió otra, Jennifer, hasta dar con una gacela en celo permanente; uno de los animales más bellos del mundo: Angelina. Comprometidos los dos con todas las causas, incluida la de mantener la perpetuidad de la especie, llegaron a afirmar que no se casarían hasta que en los USA se aprobase el matrimonio homosexual. Brad, que lo mismo te hace de gitano que de policía o te coge un arma (secador de pelo según el caso), que te llora como un niño chico, tiene varios títulos olvidables como la almibarada Leyendas de Pasión o la infumable ¿Conoces a Joe Black?, cuya participación en esta última debió acabarse cuando, merecidamente, lo atropellaban en la primera escena. Brad, con un estilo imitado hasta la saciedad, fue nominado al tito Oscar haciendo del más mono de los doce. De los que más de mis doce.

domingo, 11 de abril de 2010

Desinstalado

Hace un par de semanas que ando desinstalando Plutón. Desinstalando un planeta del que me apropié para corromperlo con historias. Apenas queda nada en mi otrora adulterado apartamento, sólo dos copas y un cava para brindar cuando le dé el cerrojazo definitivo. Con egoísmo y vanidad, me aferré con ansias a mi soltería pero un terremoto vital ha provocado que se desplace el planeta cuatro calles de órbita. En estos días mantengo una lucha constante por preservar en mi nueva morada vestigios del pasado. Mi nuevo hogar, mi nuevo Plutón, es mucho más espacioso y la infiltración de memoria no ha hecho más que empezar, sin embargo, ya rebota en sus paredes el eco de discusiones por colocar una estantería, un cuadro… incluso por la posición de una bola de discoteca: testigo poliédrico de excepción en mi antigua morada. El proceso de ensamblaje en la pareja se hace duro en estos días. Asistimos con coraje y cierta resignación, día sí, y día también, a una lucha constante de egos por mantener la especie que fuimos en aras de una utopía que no llega, que quizá no exista, pero que me proporciona calma al pensar en ella. Ahora que vivo placenteramente amarrado y exento de navaja con la que rasgar la cuerda, vislumbro a veces la felicidad esquivando con maestría la tormenta que desató la mudanza. Esta noche, cuando regrese a casa, me apuesto lo que sea, incluso mi bola de discoteca, a que volverá la tempestad para después calmarla, como siempre, follando y/o amando mi anhelada utopía.