viernes, 19 de noviembre de 2010

INAUDITO

Tengo un problema cuando intento dormir que ya me gustaría poder sufrirlo en silencio. Mi problema es el ruido. En el cajón de mi mesita de noche, aparte de gayumbos, calcetines y un Durex Play que nunca se acaba, no puede faltar una pequeña cajita con tapones militares para los oídos. Aún recuerdo aquella noche en el que todos los ruidos del mundo se elevaron a la máxima potencia...

En una muy fría de invierno, en la que no suele apetecer nada más que acurrucarse con una mantita en el sofá, andaba yo, sin embargo, restregándome con el granito de las paredes más caliente que el palo de un churrero. Una ronda de perfiles por el Gaydar, un chateo rápido, un conectar y bajar la cam, un SMS y una dirección en el SMS de retorno bastaron para decidir a hacerme cuarenta kilómetros y plantarme en la casa del que sería mi amante aquella noche. Mi efímero amante resultó ser francés y hablaba en un tono muy alto, algo que me pareció extraño pues tenía en mi cabeza la idea de que todos los franchutes eran expertos susurradores. Mi amante ocasional era pintor y tenía la casa repleta de cuadros abstractos con imposibles imágenes que rozaban lo gore. Su estilo era de estos que desvelan un prototipo de artista con un pasado truculento marcado por algún trauma infantil o tragedia familiar. Mi amante Van Goh era sordo. En un giro, cuando me mostraba una de sus creaciones grotescas, adiviné un pinganillo en su oreja izquierda que parecía un audífono. Me cogió de la mano y, a medida que subíamos las escaleras rumbo a una habitación abuhardillada, la decoración de la casa iba dando un giro timburtoniano. Ya arriba, al fondo, un enorme catre de 2x2, escoltado por cuatro postes de madera pintado con motivos cebriles, presidía una amplísima estancia. Animales disecados colgados en las paredes y en el techo, decenas de estampas religiosas desperdigadas por toda la estancia y una personalísima versión del Saturno devorando a un hijo encima del cabecero, conformaban la visión de la romántica morada de mi amante artista. Tras un ligero sobeteo, ya en pelota picada, nos metimos en la cama. Mucho calentón y tal pero el frío de aquella noche podía con el fuego de los dos. Mi amante taxidermista, en un alarde de poderío, pulsó un botón de su mesilla e hizo que se deslizara un plasma del techo parando justo a los pies del camastro. Muy especial y espacial todo. Previamente por el chat habíamos acordado que, para no hacer el encuentro tan frío, veríamos antes una peli en V.O. dado que su dominio del español era paupérrimo y a mí, el argumento de Saw, como que me daba igual.

Aquello fue casi un sacrílego ritual plagado de gritos y alaridos: los descuartizamientos y automutilaciones del matadero catódico se alternaban con los jadeos de mi amante teniente, que rozaban lo animalesco, próximo al relinchar de un caballo; así como un pitido intermitente que indicaba que a su sonotone se le acababa la pila. Una tormenta eléctrica en la calle se anticipó a la extenuación de los dos. Mi equino amante se quedó más frito que un huevo y yo empecé a extrañar mi cama. El reloj que colgaba de uno de los postes tictacteaba como un condenado. Paró cuando quité la pila pero un humidificador que había al lado de la ventana empezó a borbotear como si un niño chico soplara una pajita en un vaso de Cola Cao. Abajo en el jardín, un aspersor comenzó a regar y a mi derecha oí cómo una cinta de vídeo empezó a reboninarse sospechosamente… La dirección de mis ojos no daba abasto. Se oyó un truenazo y comenzó a caer un aguacero que hacía retumbar continuamente el techo de uralita de la habitación contigua, donde se había grabado en vídeo lo que captó el ojo-cámara del buitre; el que nos acechaba inmóvil desde la cómoda de enfrente. Mi amante ajeno, inmutable a todos estos ruidos, comenzó a roncar como un poseso, anulando por goleada los decibelios allí desatados. Mis chasquidos de lengua para callarlo fueron inútiles. Su sordera ya era fulminante, casi letal. La tormenta afuera seguía cayendo con fuerza y yo, como un rayo, acabé saliendo escopeteado a la calle en busca de ella.


miércoles, 3 de noviembre de 2010

Te hiero mucho (Historia del amante guisante)


Hoy voy a hablaros del amante guisante,
el hombre que montó un gran show por los aires
con su casco plateado, traje verde y
bambas a reacción.

Montó en aquella lanzadera dorada,
acto seguido escribió coordenadas
y en su capa había escrito
un "te amo" en luces de neón.

Un asteroide, ahí va ...
amante guisante, nuestro héroe total.
Mira qué original,
surcando los aires por su amor virginal.
Y al divisar su hogar,
la capa de alto voltaje enciende un mensaje especial.

Cuando la brisa hace bailar sus mejillas
mira hacia abajo y ve a su amor de rodillas.
Qué crueldad, crueldad,
¿qué hacen tantos hombres, por Dios?

Mientras su amada ve un avión por las nalgas,
guisante nota un gran incendio a su espalda.
No hay frenos ni hay dirección,
creo que ha perdido el control.

"Un asteroide, ahí va",
decía su amada, viendo al héroe quemar.
"Un meteorito, ahí va",
y mientras miraba su placer fue bestial.
"Alas de fuego, un flash",
son cosas que nunca se olvidan, nunca se olvidan,
no se podrán olvidar.

Bajó en picado hacia un colegio de niñas,
iba a hacer trizas vestuario y letrinas,
y al ver el fin no sufrió,
cosas del estado de shock.

Mamma, mamma ... no hay dolor.
Mamma, mamma ... no hay dolor.
Mamma, mamma ... viva el dolor,
Mamma, mamma ... no muerdas, no.
Mamma, mamma ... no pares, no.
Mamma, mamma ... no pares, no,
Mamma, mamma ... no hay dolor.

Bye, bye, guisante, bye,
vaya acto de héroe, vaya imbecilidad.
A reveure, adéu,
tan sólo en los cuentos puedes idealizar.
Auf Wiedersehen, au revoir,
la musa es el medio, nadie es puro en verdad.
Ciao, sayonara, au revoir,
¿un mito o un tipo suicida?, dime qué opinas,
¿o el problema es siempre hormonal?
Ya nadie nota un guisante en la cama.