domingo, 23 de enero de 2011

EL TIEMPO ES ORO

Llegó de casa de mi suegra excitado. Entró en la habitación, me apagó la tele y me hizo sentar sobre la cama. Tenía que decirme algo muy importante y me pidió el favor de que no le interrumpiese. Acaté la norma más callado que una cajera de peaje y me soltó de carrerilla, casi sin respirar, una historia de no se qué herencia de una tía segunda que su madre escondía en un bolsillo oculto de su traje de novia. Concluyó el esperpento afirmando que esto nos salvaría de nuestra paupérrima situación crediticia, vamos, que podríamos cancelar la tarjeta. Terminado el monólogo, se descremalleró la sudadera y del interior se sacó una cajita azul. Cuando la abrió, un dorado resplandor iluminó por completo la habitación. Recuperado a los pocos segundos de mi repentina ceguera, pude ver ya con detenimiento en su interior un anillaco con un piedrolo importante y un antiquísimo reloj que aún marcaba las horas. Fruncí por un momento el ceño para después de un manotazo coger el Longines suizo y, como si fuera un experto joyero, lo planté en la palma para tantear su peso: su peso en oro. Mi novio para ciertas cosas es muy fatigoso y le dan mucho palo los submundos y a mí, quizá por edad, un poco menos, pero mi inexperiencia mercantil en el negocio del oro hizo que sólo se me ocurriese una persona en el mundo que pudiera sacarnos del apuro: mi madre.

A la mañana siguiente la llamé para comentarle nuestra empresa y, tras un silencio desconfiado que se me hizo eterno , aceptó acompañarme a colocar el motín. La recogí en su casa y en cero coma ya estábamos en nuestro barrio de toda la vida. Se enganchó a mi brazo y, sorteando los mojones de perro de la acera, me decía que íbamos a un sitio en el que una vecina suya, la Chari, había vendido unos avalorios la semana pasada y que allí pagaban el gramo muy bien, pero que aún así, antes visitaríamos otros para comparar, "que la Bolsa de Londres, por la que se rige el valor del oro acá instante sube y baja"... De vez en cuando, se desenganchaba de mí e interrumpía su charla de experta broker para preguntar mi parecer sobre los estampados terrofícos de las blusas rebajadas en los escaparates de Modas Antoñita o Confecciones Pepita. En esa misma calle, la más comercial de la barriada, conté hasta tres establecimientos de . Entramos en uno que con un gran cartelón anunciaba el gramo a 22€ . El local estaba vacío y timoratos nos acercamos a un mostrador con una ventanilla. Del fondo, tras una cortina negra, apareció un señor de raza árabe. Intenté articular palabra pero no sabía por dónde empezar así que con codazo y un "¡venga mamá!", mi madre puso el automático :

-Buenos días, verá usted, venimos a traerle un reloj y un anillo. Es de una herencia de la pareja de mi hijo, de una tía suya sabe usted. El reloj es de principios de siglo, del siglo pasado claro... Funciona todavía ¿no lo ve? Mire qué cadena más bonita tiene...Esto,...¿A cómo tienen el gramo?...

El relojero marroquí, que aguantaba una lupa con la ceja y el pómulo, no le contestó y se limitó a meter la mano por debajo del ventanuco. Ejerció de alquimista con unos líquidos para verificar el kilataje y colocó sólo el reloj en una báscula que miraba hacia él. Hizo unas cuentas y nos dijo que nos daba por el reloj 1319€, que habría que quitar la maquinaria y que al ser de hombre pesaba mucho, pero que no nos daba nada por el sello, que el anillo no era de oro. Mi madre, ofendida por la presunta estafa de la que era acusada, insistió con vehemencia en que sí que lo era. El dependiente finiquitó la conversación asestándonos la primera en la frente:

-Señora, esto es oro del que cagó el moro.

Ni qué decir que no nos hizo nada de gracia el chiste, por mucho que él mismo se incluyera en él, y le exigimos que nos devolviera el material. Mi madre lo guardó de mala manera en el bolso y muy enfurruñados salimos del local en busca de otro, eso sí, cagándonos en todo: oro y moro incluidos...


miércoles, 12 de enero de 2011

LA SOLUCIÓN

Un sobresalto me levanta de la cama. Me angustia el hecho de que se me vaya acercando cada vez más. Con un quemazón insoportable en los ojos, y un gélido suelo a mis pies, me dirijo hacia el baño y precipito mi cabeza sobre el lavabo. Abro el grifo y una granizada discurre por mi rostro. Medio despabilado, al verme frente al espejo, la imagen de la desesperación se ríe en mi puta cara. "Son las ocho y media y estos son los titulares del día" me dicen desde una tele encendida. Aún es pronto para hacerlo. El día anterior las instrucciones fueron bien claras: "a las diez, sólo a partir de las diez, no antes." Mientras se hace el café, friego una montaña de platos de la noche anterior para intentar relajarme. Restriego con nervio el estropajo contra la reseca crema de guisantes. Me desconcierta mi necesidad de relajo y nervio al mismo tiempo. Desayuno lo más sereno que puedo frente a un televisor que me anticipa noticias estúpidas del día. Arriba a la derecha del presentador un reloj marca las 08:55. Dejo el café a medias y una tostada por comer. El banco está a punto de abrir y salgo pitado de la casa. Una losa quebrada de las escaleras provoca que de un traspiés contra la barandilla. Podría ser que mi destino sea una fatalidad. En el coche, sin intermitente doy un volantazo y hago una pirula para coger un atajo. Aparco en doble fila y pulso el timbre. Se abre una puerta y me encierro a la espera de que se abra otra. Saco un sobre y coloco en la ventanilla los seiscientos euros en la cuenta que me dijeron. Al guardar el recibo leo que la operación ha sido realizada a las 09:17. Faltan poco más de cuarenta minutos. El lugar indicado está a unos veinte en coche. Esperaré afuera hasta que el hombre de verde me de la señal.

Objetivo alcanzado. La explanada está desierta. Aparco, apago el motor, reclino el asiento y dejo la radio encendida. Espero. Un tímido sol de invierno reclama su cetro después de un mes de intensas lluvias. Un rayo atraviesa mi luna, ciega mis ojos y provoca en mí una placentera y anaranjada mini-siesta. No estoy solo. Richard Ashcroft ha venido a ponerle musiquilla al asunto...

09:59. Ya en la calle, la mirada de la gente que conspira por encontrar una respuesta aguarda impaciente ante las puertas. Se abren y retiran una cadena. La búsqueda comienza. Unos carteles con flechas nos guían. Un minuto más tarde aparece él detrás de una calle. ¡Es él! ¡Es el hombre de verde! Le doy una clave secreta y me responde señalándome solución. Justo cuando la tengo entre manos, recibo una llamada de un número privado:

-¿Argui? ¡Hola qué tal! Soy Reyes, la casera. ¿Te he despertado?
- No, no. Dime, dime.
- Oye, que en media hora van para allá los del seguro.
- Estupendo, casualmente estoy en el Leroy y acabo de hacerme con un anti-moho... Reyes, por favor, tienes que darnos una solución. La humedad ya se ha corrido por todas las paredes del dormitorio y Arezbra se ha cogido un resfriado del copón. Por cierto, que ya te ingresé lo del alquiler esta mañana...