sábado, 21 de diciembre de 2013

EL DÍA QUE ME MUERA

   El día que yo me muera quiero estar acompañado. Ya es triste vivir para morir y encima tener que hacerlo solo. Desecharé entonces ese miedo que siempre he tenido. No quiero que haya lloros, si acaso desprecios y escucharlos sin poder rebatirlos. No revelarme porque por una vez ya no me importará saber  lo que opinen de mí. Quiero que asista al sepelio mi hermana y me de una explicación convincente de por qué se fue tan pronto. Supongo que vendría acompañada de mi padre, que por ley natural tampoco estará de cuerpo presente y poder así reconciliarme de una puta vez con él. Morir en paz es lo que más desearía. Pondrán en la sala mi voz en off, aunque la última palabra quede en suspiro, para agradecer a todos su presencia a lo largo de mi, espero, longeva vida. Fui bien nacido y es de bien muerto ser agradecido. La noche de mi velatorio, poco antes de extinguirme, pincharán mis músicas, proyectarán en bucle Los Cuatrocientos Golpes  y al amanecer aparecerá un aprendiz de cura que me recitará desnudo a Gil de Biedma y a Lorca mientras lanza en mi ataúd fotos mías ardiendo, instantáneas que acabarán prendiendo mi alcoholizado cuerpo. En este, mi funeral imaginado, donde únicamente los girasoles como flores estarán permitidos, alguien estará vetado pues de lo contrario me cagaré en Él. Aunque bien es cierto que si Dios se presentase en mi entierro me contendría en el último momento, por si acaso.




NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.


Gil de Biedma, 'Poemas Póstumos' (1968)



domingo, 15 de diciembre de 2013

EL RIVAL MÁS FUERTE

   Lo tenía frente a mí. Se giró para cuchichear con su compañera e identifiqué al instante su pronunciada mandíbula. Superó con creces mis expectativas. Su cara era cuasiperfecta, exenta de marcas y agujereada por unos ojazos de dibujo anime que me acuchillaron un par de veces. Se preguntaría al verme qué coño haría un cuarentón como yo en un salón de actos repleto de jovenes estudiantes de Comunicación Audiovisual. Razón no le faltaba. Más que el novio de uno de ellos parecía un colega del chulángano profesor de Producción, sosias perfecto de Risto Mejide, que con arrogancia y fanfarronería acribillaba en público los proyectos presentados por sus alumnos, la prueba del 'Pitch' le llamaban ellos. Con descaro escruté al chaval: sus manos, su autocorte de pelo, su indumentaria, su prominente nariz, su delgadez, su rapidez de movimientos... Leí una vez que si uno se arrima a gente vitalista y joven experimenta algo así como un lifting del alma que se acaba reflejando en su propia cara. Lamentablemente esa mañana no fue así. En uno de los descansos fui a mear y al mirarme en el espejo del baño encontré demasiadas imperfecciones en mi ya marchito rostro. Cuando regresé, al verlo de frente, confirmé que sin duda era él, el chico de sexualidad aún no definida que decenas de veces había visto en su canal de Youtube y por fotos en Facebook. Sí, el que había sido el amor platónico de mi chico el año pasado, ese cabrón tan insultantemente guapo que tenía sentado delante de mí.



viernes, 6 de diciembre de 2013

VIDA

  Desde pequeño siempre me llamó la atención cómo los bebés al acercarles mi dedo chico lo agarraban con fuerza. Leí una vez que este acto era algo así como engancharse a la vida. La vida, qué cosa... Hace unos días que me estrené como tito y la casualidad quiso que fuera con la sobrina más guapa del mundo.  En esta foto estoy con ella mano a mano y os puedo asegurar que lo que leí era falso, el que se agarra a la vida soy yo. 

   Bienvenida a la Tierra, preciosa.