jueves, 27 de marzo de 2014

BONITAS PIERNAS



¿De quién es esta polla?
Tuya.

Anónimo.




   Con el móvil en la mano aguanté sin responder a la llamada. No quería estar tan solícito. Quería saber cuánto tiempo era capaz sin saber de él. Nunca tanta dependencia fue tan dañina a pesar de la costumbre. Siempre con el líder desde que era pequeño, como Sancho Panza con Don Quijote, como Watson con Holmes, como BuBu con Yogui. Mi presunta debilidad y enfermiza timidez pasaría así más desapercibida. Un polo opuesto que hizo que atrajera a los aspirantes a gurús con sorprendente facilidad. El oxímoron perfecto, el cazador cazado...

   Hace años que apareció en mi vida uno de esos gurús pateando con unas bonitas piernas. Una parte de su anatomía que no me había llamado especialmente la atención hasta que un día de agosto,  a la salida de una discoteca de Sitges donde se había celebrado una fiesta de la espuma, o lo que es lo mismo, una orgía, un francés chapurreando español le dijo a mi por entonces novio que tenía unas bonitas piernas. Él le contestó comiéndole la boca. El muy maricón mutó de repente en romántico con la cantidad de rabos que se había comido minutos antes en la pista de baile...

   Por avatares de los dioses, y por qué no decirlo, Grindr mediante,  hace casi un año se reinstalaron en Plutón otras bonitas piernas. Cuando las vi por primera vez me asusté: eran calcadas a las que el francés de Sitges piropeó. Nunca una belleza me dio tanto pavor. Los fantasmas del pasado se instalaron con él y mis intentos por exorcizarlos fueron en vano. Establecí unilateralmente una absurda ley de dependencia que desembocó hace dos días en una histeria de paredes desconchadas y nudillos sangrantes. Quizá sea el sentido de pertenencia, la distancia y no poder controlar, el creer que querer es lo mismo que apropiarse o simplemente el exceso de oxitocina que  el puto amor provoca fue lo que desde un principio me hizo sentir un irrefrenable miedo a la pérdida. Infundado o no, pues vomitarlo aquí no significa otra cosa que catarsis y no conclusión, he decidido ponerme a prueba una vez  más y demostrarme que puedo aguantar un tiempo sin saber nada de él. Podría dejarlo y muerto el perro se acabó la rabia pero no quiero, no puedo. He encontrado una solución más práctica y factible para tratarme de esta locura que son los celos. Me marcho a un lugar frío, individualista, cuadriculado y robótico. Me piro a Berlín. 




viernes, 7 de marzo de 2014

7(UP) SECONDS

"Brevedad es el alma de la agudeza", William Shakespeare.

   La última carcajada de la noche la solté encerrado en un baño con seis drags. Disfruté como un enano con ese mariconeo elevado a la infinita potencia. Contemplarlas mear de pie era ya de por sí un espectáculo. Me morreé con todas para despedirme y salí del local tuneando una foto que hice para subirla a Instagram. Doblé la esquina tambaleándome y alejado del ruido quise llamar por teléfono a mi novio. De sopetón, sin comerlo aunque sí beberlo pues llevaba yo encima una tajada importante, se acercó un chico bien parecido de tez morena en un Terrormolinos decrépito y más trashy que nunca a esas horas. Agarró mi cintura y tocándome la entrepierna  me desplazó contra la pared diciéndome con acento árabe:

   —Eh tú, vente conmigo a follar ahí atrás...

  Así, directamente, sin previos ni ostias, a saco. Hice un amago de apartarlo pero por culpa de mi estado y  lo insólito de la propuesta me quedé bloqueado. Diez segundos, sólo diez, duró mi catatonia. Los suficientes para que aquella noche de pelucas, plataformas y whiskies con Seven Up me dejaran literalmente en pelotas en aquel callejón. El tiempo justo que el moro necesitó para robarme el móvil y la cartera.