(Entrada en permanente construcción)
En contadas ocasiones me dejo ver por alguna celebración cuando el porcentaje de desconocidos es considerable. Durante los primeros cinco minutos, suelo ser una entidad parsimoniosa, torpe, balbuceante e inconexa; incapaz de controlar mi, ya de por vida, timidez. Dieciocho besos, y tres manos después, acepto a regañadientes a “novios de” como amigos, regresando a mí la calma, aunque el proceso de introspección no cesa.
Noche especial, mucho más que un cumpleaños. Ella, magnífica anfitriona, consigue el más difícil todavía: reunirnos a todos. No falta nadie. Miento: casi nadie. Algún día volverán del exilio los ausentes no inertes. Con una Luna llena como foco, apostado en mi atalaya de plástico, repaso a "nuevos" y a viejos conocidos. Nacidos en los setenta, peinamos canas y algunos hasta calvas; la flaccidez en las caras atenaza y la mayoría nos aferramos ya a eso de que “la arruga es bella”. Comienza la tertulia...
Quince años dan para mucho, sin embargo, volvemos a recrear, una y otra vez, los mismos recuerdos, las mismas anécdotas. No fallan en ningun reencuentro. Recopilados en la misma mesa futuros ya pasados pero siempre latentes. Mesa circundada por presuntos abogados, profesores, historiadores o químicos… Otros lo consiguieron. Discusiones, anhelos, desengaños, entusiasmos, frustraciones, contradicciones, nacimientos, decesos... Década y media de risas y llanto pero más llantos de risa.
La fiesta termina y me despido con un hasta luego. Ya en la calle, los subo a todos en el coche, los traigo a casa y los meto en mi cama. Allí tumbado, con la cámara en las manos, voy pulsando una a una la retrospección: pululamos por allí, a nuestras anchas, cargados de miseria y generosidad; dolencias y salud; fracasos y éxitos; ambigüedad y claridad... Me gusta el desfile que veo. Nunca hemos sido aburridos. Ella tampoco.
Noche especial, mucho más que un cumpleaños. Ella, magnífica anfitriona, consigue el más difícil todavía: reunirnos a todos. No falta nadie. Miento: casi nadie. Algún día volverán del exilio los ausentes no inertes. Con una Luna llena como foco, apostado en mi atalaya de plástico, repaso a "nuevos" y a viejos conocidos. Nacidos en los setenta, peinamos canas y algunos hasta calvas; la flaccidez en las caras atenaza y la mayoría nos aferramos ya a eso de que “la arruga es bella”. Comienza la tertulia...
Quince años dan para mucho, sin embargo, volvemos a recrear, una y otra vez, los mismos recuerdos, las mismas anécdotas. No fallan en ningun reencuentro. Recopilados en la misma mesa futuros ya pasados pero siempre latentes. Mesa circundada por presuntos abogados, profesores, historiadores o químicos… Otros lo consiguieron. Discusiones, anhelos, desengaños, entusiasmos, frustraciones, contradicciones, nacimientos, decesos... Década y media de risas y llanto pero más llantos de risa.
La fiesta termina y me despido con un hasta luego. Ya en la calle, los subo a todos en el coche, los traigo a casa y los meto en mi cama. Allí tumbado, con la cámara en las manos, voy pulsando una a una la retrospección: pululamos por allí, a nuestras anchas, cargados de miseria y generosidad; dolencias y salud; fracasos y éxitos; ambigüedad y claridad... Me gusta el desfile que veo. Nunca hemos sido aburridos. Ella tampoco.