Vilipendios después y aniquilado por completo cualquier conato de alianza de
civilizaciones, mi madre y yo continuamos con nuestra inmersión en la jungla de ladrillo visto. Íbamos enganchados de nuevo pero ya con el pico cerrado y es que los negocios del barrio parecían delegaciones de la
ONU. En sus locales, las
merdechonis se debatían entre el alisado japonés o el trenzado africano. Justo al lado de una peluquería asiática había otro negocio dorado. De allí salía una mujer con un jersey lleno de pelotillas, quejosa la pobre, se lamentaba ella sola de su última solución: venderse ella misma. Una vez dentro, en una improvisada sala con sillones, aguardaban sentados un
yonqui con los ojos
embolillaos y un señor mayor con buena presencia ojeando un
atrasado. El presunto comprador, que hablaba por teléfono tras el cristal, con una mano nos hizo una señal de espera:
-Estamos haciendo tiempo. Tienen que traer el dinero de otra tienda.- le dijo el caballero
enchaquetado a mi señora madre.
Cuando el dependiente colgó el teléfono, mi madre se acercó a la ventanilla, se saltó las formalidades y de un tirón hizo su introducción
directísima al
gramo. Le dijo que el reloj era de mi novio, ni pareja ni leches, y que quería saber cuánto nos darían por el
peluco. Al
dependiente le debió hacer gracia su predisposición en la venta y le sonrió. Le dijo que comprobaría el
kilataje pero que tendríamos que aguantar un cuarto de hora, que esa mañana estaba desbordado con tanta compra.
-Los hijos, señora, que con este paro no pueden pagar la hipoteca y sus padres tienen que empeñarlo todo- le dijo el señor del periódico.
- Desde luego que sí, que para eso están los padres. Verá usted, yo tengo mucho oro en mi casa, pero vamos que no es que me haga falta venderlo... Ahora que le voy a decir a usted una cosa. Yo no digo que no haya paro pero vamos que también hay mucho flojo. Sin ir más lejos el marido de mi vecina
Paqui. La tía se ha
pulío toda la herencia del suegro. Cada dos años cambiaba de cortinas y vamos, la casa
amueblá entera, televisor de plasma, cafetera
Nespresso... ¡Todo nuevo! Ni un detalle le faltaba... Con decirle que las sillas que tengo yo en mi salón son las que tiró ella a la basura. ¡Que tengo yo el mismo dormitorio desde que me casé¡ Claro que los muebles de antes eran mucho más buenos que los de ahora..
El señor
enchaquetado con buena presencia se puso en pie para seguirle la
conversación y, para recordar un dicho familiar, desplegó un inusitado plumaje con un brazo en jarra y haciendo un
looping con la otra mano que ni Carmen
Amaya:
-Tiene
usté toda la
rasón señora, mi padre que en gloria esté,
desía: Lo que no puede ser son tetas y sopas... O tetas, o sopas...
Mi madre, desconcertada en un principio ante el alarde de movimientos del señor, continuó con su perorata pro-socialista....
-
Pu.., pues... eso, que ahora se ha
quedao tiesa mi vecina, ¡como las putas en cuaresma! Ahí la tienes,
escuchimizá y sin un duro. El otro día me preguntó si conocía alguna casa
pa´limpiar. Le dije que lo que tiene que hacer su marido es coger la furgoneta que tiene y ponerse a vender naranjas en las salidas de las autovías....
Yo, hundido en un sillón
orejero, me quedé embobado con el
bla bla bla de la
conversación y mis ojos se vidriaron al recordar a un
debilucho mocoso
flipando con la frenética verborrea de su mamá
anca Maripepa, el otrora ultramarinos
reconvertido en este
.