sábado, 30 de mayo de 2009

Nocturna anhedonia pasajera

Anoche tuve un plan. Anoche quería abstraerme en mi minúsculo y solitario espacio. Una botella de whisky bastó para tener una catarsis necesaria; un reseteo. Con el tiempo he logrado adquirir una extraña capacidad para decidir cuándo y cómo se producirán las temidas noches aciagas. La de anoche fue una de esas. Durante el día ya advertí en mi estómago un nudo, un miedo, un acecho: una proximidad de algo. Se lo puse fácil al germen fatal. Abrí la botella a eso de las doce y fue así cómo comenzó el festival de desgracias y calamidades frente a un maldito portátil por el que desfilaban, aleatoriamente, fotos del pasado al son de músicas para el ocaso. A eso de la una, con tres copas ya, el nudo se desató y pude llorar. Entre lágrimas y moqueos alzé el vaso y frente al espejo con la cara desencajada brindé por mí. Había ganas de miseria, de martirizarme con los recuerdos, de autocompadecerte y darme pena. Anoche necesitaba sumergime por enésima vez en una mierda cada vez más hedionda...

En un intervalo de tres horas fui maltratado, abusado, insultado, atemorizado... Sorteé cordialmente la enfermedad y asistí otra vez al funeral de mi hermana. Reivindiqué con rabia , una vez más, tu explicable odio a un dios en el que te niegas a creer. Rechacé de nuevo la compañía y el afecto efímero de otros huyendo de los que te quisieron. Anoche, no tuve la necesidad de ir a la barra y subir dos veces la mano para que me llenasen más la copa; casi acabaste con la botella. Liquidé el funesto ritual con un arrebato: cogí la maquinilla y me rapé la cabeza al cero, me afeité la ya presuntuosa barba y me depilé todo el cuerpo; todo. Anoche ideé la posibilidad de arrancarme el personaje para convertirme en otro. Un ente que no tuviera que dar explicaciones, carente de ambición e ilusión sin más desgarros que el que te produjera el hambre o la salida de un diente. Anoche, desnudo en el sofá, después de intentar rezar entre sollozos alguna oración olvidada, acabé cerrando fuertemente los puños, succionando el dedo pulgar de uno de ellos, logrando así dormir durante ocho profundas horas. Como un niño chico.


lunes, 18 de mayo de 2009

Canción última


Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

Miguel Hernández (Poema perteneciente a Viento del Pueblo (1937))