sábado, 25 de abril de 2009

Un año en Plutón


Hoy hace un año que me instalé aquí. Un año ya desde que aplutonicé en este mi reivindicado planeta, exterminado del Sistema Solar por una pandilla de astrónomos de pacotilla de tres al cuarto. Cuando facturé mi maleta, sólo me daban la opción a elegir una cosa para traerme al que por entonces era un planeta desierto. No pude. Quería hacer mi estancia lo más terrenal posible; nunca renegué de mi procedencia por lo que logré colar en el doble fondo de ésta mucha memoria, dosis de humor, algo de música, un poco de cine y una pizca de poesía.

Hoy, desde este vanidoso y endogámico blog, quisiera agradecer a todos los que me acompañaron en algún momento a lo largo de esta plutoníaca aventura sin retorno. Gracias a los que pasaron de puntillas, a los que se quedaron una temporada, a los que se marcharon para nunca volver...

jueves, 16 de abril de 2009

La merdellona y el palomo cojo

Lunes. La primavera estaba ya instalada en Plutón y en el Tinti Inglé también. El Sol lucía con fuerza en el peor día de la semana para la mayoría, sin embargo tú estabas más optimista que nunca. Ibas recargado de energía gracias a unas minivacaciones semanasanteras con el nene. El verde era más verde, las florecillas brotaban, los pajarillos cantaban y las nubes espantadas estaban. ¡¡Basta ya de happy happy que te va a subir el azúcar cohone!!… Entrabas al mediodía a trabajar y aprovechaste esa mañana para bajar al centro y llevar a la tienda los carretes de fotos y es que, si no hay fotos, es como si no hubieras estado en Chiplutiona. Aún no habías sucumbido a la digitalización del planeta y te iba el rollito sentimental ése de abrir el sobre y descubrirlas en papel una semana después. Circulabas por una vía de dos carriles. Música de Bruce Springsteen a tó meter. Creíste haber nacido en USA, prestándote a hacerle los coros al Boss. Furgonetas que descargaban en doble fila después de un largo puente provocaron un brusco cambio de carril. Por el retrovisor ves una moto pegada a ti haciendo eses y a su conductora haciendo aspavientos con las manos. Rojo. Paras en el carril de la derecha. El semáforo está en el cruce más céntrico de la ciudad. El cruce que te lleva al Tinti Inglé, a la Fnac, a un enorme Mercadona, a la central de la mayoría de los bancos y oficinas, a los despachos y consultas de los mejores abogados y médicos de pago de la ciudad… Una hormiga plutónica, parada también, continúa gesticulando a tu izquierda. Se está dirigiendo a ti. Bajas la música y la ventanilla y apoyas el brazo en ésta. Tu actitud es chulesca y la desafías con una mirada neutralizadora y pretendidamente contundente; hace poco que te has aficionado a los "Héroes" e intentas así descubrir cuál es tu superpoder. Se hace la voz:

-¡Oye que passa! Que te has dejao la "L" en la cassa ¿no? ¿Te la han dao en una tómbola o qué?. Maharón, ¡¡que eres un maharón!! ¡Desde luego que estás shalao perdío! Si es que… Sí, sí tú.. No te hagas el tonto.. Tú, tú…. ¡¡Que te he visto cómo te sacas los mocos!! Sí sí no mires pa´rriba. Qué pasa, que no dices ¿no? Que no te atreves con una mujer…. Desde luego…. Si es que mira, tienes pinta de ser un maricón…. Vamo, maricón que un palomo cojo, eso es lo que eres…

Ante tal avalancha de insultos y viendo que tus presuntos superpoderes habían de ser empleados para otros menesteres, idéas un plan b: llevar a la práctica uno los consejos leídos en un reciente cursillo on-line de Protocolo de Empresa. Tema 2: Negociación. Le lanzas un mensaje conciliador y diplomático:

-Eres muy graciosa ¿no?

Tu diplomacia falla. El mensaje conciliador, carente de rotundidad alguna, hace que la hormiga lycrada, mujer desertora del peso ideal, se ponga hecha un obelisco. La gente circunspecta, apelotonada en el paso de cebra, asiste a un espectáculo mañanero que les alegraría el resto del peor día de la semana.

-Eso es, eres más maricón que un palomo cojooooooooooo…!!!- "MOOOOooooooo”…. la
merdellona plutónica se pira del follón, saliendo to follá dirección para el supermercado en cuanto el semáforo se pone en verde. El “-jo” del cojo se mezcló con el “” del sonido de su moto e hizo que por todo el centro neurálgico de la ciudad se expandiera tu condición.

"¡Más maricón que un palomo cojo!… A mí. Joer tanto se me nota. Ya es casualidad que hace un par de días le estaba preguntando al nene en las playas de Chiplutiona si pensaba él que la gente nos lo notaba. Me lo negó, me dijo que los dos éramos muy machos. Joder, si tengo barba, eso es muy de tío ¿no? Mi voz es grave y estaba muy serio en mi papel de aniquilador. Muchas veces me han dicho que cuando estoy serio suelo tener cara de mala hostia. Mi camiseta es negra, ningún color llamativo y llevo al Springsteen a tó meter. Ni en todos los días de mi vida me habría imaginado que El Jefe fuera reconocido como un icono gay… Joer, no me quiero imaginar si llego a tener música más delatora, cántese Madonna, Kylie o Mónica… Ya está: El brazo. El brazo apoyado en la ventanilla. Con esa posición, con el codo al aire, mi mano queda así en suspenso dentro del coche: lánguida, floja, lacia, ¡¡¡mariquita!!!… Sí, sí, es eso. ¡Se ha chivado mi mano! ¡La puta mano delatora! El semáforo continúa en verde pero aún estás paralizado. Sigues barruntando. La Merdellona Plutoníaca sí que te neutralizó. Tu estado es catatónico. Temes acelerar, doblar la esquina y que con tanto aceite soltado derrapar y estrellarte contra el escaparate de la perfumería del Tinti Inglés…..(!!mariposón hasta para eso¡¡). "!Ya está!… Con eso habrá querido decir justo todo lo contrario. Quiero decir, que se nota que soy muy macho y quería atacar mi virilidad, mi hombría. Además, como merdellona es perfecta para ser una mariliendres. Fijo que estará rodeada todo el santo día de maricones y sabrá que ese insulto no les afecta..."

Una vez soltados los carretes de mala gana en la tienda, ya de vuelta a casa conduciendo por la autovía y con el día de repente nublado, sigues dándole vueltas a la cabeza…. Popom..popón…popom….y popomm…

-
Qué hija de puta, seguro que es de las que el lunes pasado iban dándose golpes en el pecho detrás del Cautivo…. Gorda asquerosa… ¡¡me cago en tó lo que se menea!!! No te estamparas contra una farola, so mierdosa…!…Tenía que haberle dicho eso. La muy hija de la gran puta se ha quedao tan pancha! ¡Seguro que está mal follá!. ¡¡¡Zoooorraaaa!!!…Y voy yo y le suelto un” qué graciosa eres…” Ofúuuu…. , ¡¡La “L” de lerda, pedazo de guarra!! So, so…so ¡¡merdellona de mierdaaaa!!!…¡¡¡AGRGHHHHHHHH….!!

Tu lengua, por alguna extraña razón, ha sido merdellonizada. Lame de las fuentes de los arrabales de Plutón. No paras de soltar lindezas por la boca. Gritas como un descosido por la autovía a más de 120 por hora. Toda tu diplomacia y el cursillo on-line de protocolo a tomar por culo. ¿A quién coño se le ocurriría hacer de una merdellona la musa de esta entrada?



domingo, 5 de abril de 2009

Brindemos por un infierno más digno

Finales de otoño. Puerto deportivo. Nada que hacer. Sólo admirar la opulencia en tiempos de crisis. Esta acumulación desorbitada de vanidades hace que tu carácter se paletice aún más. Un par de latas de cerveza y un paquete enorme de pipas os basta para contrarrestar la ostentación de tanto yate con helipuerto y tiendas de ropas con iniciales impronunciables. En los escaparates de éstas, se reflejan y contonean rubiáncanas putitas recauchutadas cogidas del brazo de ridículos millonarios cincuentones. Hacéis una parada sentándoos en el borde de uno de los muelles. Abrís las cervezas e iniciáis una estúpida charla. Allí, con los pies colgando en el aire, brindáis al Sol. No deseáis nada al chocar las latas. Él bromea con la posibilidad de dejarte en ese mismo momento. Se te atraganta el buche, de hecho lo escupes al mar a causa de la tos que te da. Sueltas la Mahou, subes tus piernas y te acurrucas en ellas. Un lagrimón rebosa el párpado y hace que tu mirada sea pretérita…

En ocho meses la historia estaba acabada. Habíais agotado todas las posibilidades. No había de dónde rascar, nada más que hurgar, arañar, exprimir... Una historia seca, vacía de contenido. Aún así, dudabas siempre de un inminente final. Lo temías. Seguías al pie de la letra el consejo de una compañera de trabajo, experta en relaciones suicidas: “Continúa hasta que te canses, hasta que no puedas más, hasta que no te queden cartuchos por quemar, hasta que no te apetezca seguir jugando…” Descubrir el sexo a los 30 produjo en ti un curioso efecto revelación-revolución. No es que fueras virgen a los 30, sino que nunca surgieron oportunidades tan seguidas. La consecución de este objetivo produjo el deseo de querer experimentar todo a la vez. Declarasteis en vuestras vidas un Estado falocrático: Grandes, gordas, largas, delgadas, picudas, chatas, dobladas, venosas,… Sexo y amor. El sexo en pareja ya estaba establecido pero apareció el amor sin tenerlo previsto. Amor y sexo descubierto al mismo tiempo. Demasiada información que procesar para tan poco tiempo ejerciendo. El amor te idiotizó. El sexo te desbordó. Múltiples salidas encontrabais para aquel túnel: Segundas, terceras, cuartas oportunidades de más… cuatro, cinco, seis kilos de menos. Palabras como “cuarto oscuro“, “sauna“, “cruising” y “cama” acabaron teniendo la misma definición. Cualquier lugar era perfecto para practicar. Tríos, cuartetos, orgías, cambios, intercambios, préstamos… Chats, perfiles, nicks ocultos descubiertos, polvos violados, polvos obligados por el mero hecho de la pertenencia y no el placer... Vale tío, para. ¡Para ya! ¿Es que no has tenido suficiente? ¡No es necesario que en cuatro meses te gradúes y hagas de ti una cobaya más del informe Kinsey!

Conscientes de que estos juegos desestabilizaban vuestra historia, continuabais adelante en vuestro firme empeño por exterminarla. ¿Consistía esto en quemar el último cartucho? ¿Era necesario reventar aquello?. Lo que al principio os producía risas y abrazos exultantes por lo novedoso de la experiencia acabó por producirte un continuo desgarro interior. Recuento de condones, pitadas al móvil de madrugada…

Una noche, en pleno intercambio con una pareja de parisinos, justo cuando estabas enculando en el salón a un tal François, viste cómo él cogió la mano de un tal Reduan para llevarlo a vuestro dormitorio, convertido desde hacía ocho meses en un fornicatorio público . Se detuvieron un instante en el pasillo y contra la pared lo besó. Interpretaste ese beso como algo demasiado íntimo, por la forma, por la ternura, por cómo esas manos rastreaban su mandíbula; por cómo te recordaron a tus besos, los que te pertenecían, los que desaparecieron. Tus besos perdidos. Ya habíais jugado con eso en otras ocasiones. Cuando eras tú el que besabas a otros, nunca apartabas la vista de él, le mirabas fijamente, sin pestañear. Procurabas que fueran éstos especialmente enfáticos; que le quedase bien claro que estabas disfrutando. Era tu particular venganza. Querías encontrar en él alguna muestra de celo y hasta que no conseguías esa engañosa señal no cerrabas los ojos. Sin embargo, ese beso al tal Reduan despertó en ti la añoranza de tiempos mejores. Es triste intentar hacer el amor con tu pareja y darte cuenta de que sólo has follado, que su mirada es opaca, que te esquiva al besarlo. Lo es aún más notar cómo quiere despegarte de tu propia cama y desear que las sábanas vuelvan a estar limpias y frías.

En esa noche, de aparente normalidad dentro de vuestra anomalía, el Caos y el Drama quisieron también ser partícipes del intercambio. Ese beso, el que te había robado un desconocido franchute de mierda, prendió la mecha de tu último cartucho. Dejaste al tal François tirado en el sofá, corriste hacia vuestra habitación y los sacaste a empujones de la cama, vuestra cama. Seguían comiéndose la boca. Aún no se habían desnudado y parecía que no tuvieran la intención de hacerlo. Tus ojos ensangrentaron. Le gritaste que estabas harto de todo, que habíais llegado demasiado lejos, que en casi un año habías aprendido suficiente, que si esta era la vida que te esperaba ya no querías ser maricón. Volaron cuadros, botellas, libros y biznagas por la casa. Salió enfurecido del apartamento dando un portazo. Le perseguiste bajando rápidamente por las escaleras. Alcanzaste su coche y desde fuera, con la ventanilla a medio bajar, llorando como un niño chico le pediste perdón. Perdón por llorar, por haberle gritado, por quererle como le querías. Perdón por no haber dicho un no a tiempo. Un arranque del motor zanjó tu monólogo…

Aquella tarde, allí, en el muelle 4, mascando pipas y desnortado mirando a la nada, llegaste a la conclusión de que ese punto de sufrimiento confirió cierta credibilidad a la relación. Tuviste que odiar para olvidar y así poder perdonar para después querer. La ausencia de ausencia se instaló definitivamente en tu cabeza casi sin darte cuenta. Pretendías darle un final digno a aquel infierno. Un final feliz.