Finales de otoño. Puerto deportivo. Nada que hacer. Sólo admirar la opulencia en tiempos de crisis. Esta acumulación desorbitada de vanidades hace que tu carácter se paletice aún más. Un par de latas de cerveza y un paquete enorme de pipas os basta para contrarrestar la ostentación de tanto yate con helipuerto y tiendas de ropas con iniciales impronunciables. En los escaparates de éstas, se reflejan y contonean rubiáncanas putitas recauchutadas cogidas del brazo de ridículos millonarios cincuentones. Hacéis una parada sentándoos en el borde de uno de los muelles. Abrís las cervezas e iniciáis una estúpida charla. Allí, con los pies colgando en el aire, brindáis al Sol. No deseáis nada al chocar las latas. Él bromea con la posibilidad de dejarte en ese mismo momento. Se te atraganta el buche, de hecho lo escupes al mar a causa de la tos que te da. Sueltas la Mahou, subes tus piernas y te acurrucas en ellas. Un lagrimón rebosa el párpado y hace que tu mirada sea pretérita…
En ocho meses la historia estaba acabada. Habíais agotado todas las posibilidades. No había de dónde rascar, nada más que hurgar, arañar, exprimir... Una historia seca, vacía de contenido. Aún así, dudabas siempre de un inminente final. Lo temías. Seguías al pie de la letra el consejo de una compañera de trabajo, experta en relaciones suicidas: “Continúa hasta que te canses, hasta que no puedas más, hasta que no te queden cartuchos por quemar, hasta que no te apetezca seguir jugando…” Descubrir el sexo a los 30 produjo en ti un curioso efecto revelación-revolución. No es que fueras virgen a los 30, sino que nunca surgieron oportunidades tan seguidas. La consecución de este objetivo produjo el deseo de querer experimentar todo a la vez. Declarasteis en vuestras vidas un Estado falocrático: Grandes, gordas, largas, delgadas, picudas, chatas, dobladas, venosas,… Sexo y amor. El sexo en pareja ya estaba establecido pero apareció el amor sin tenerlo previsto. Amor y sexo descubierto al mismo tiempo. Demasiada información que procesar para tan poco tiempo ejerciendo. El amor te idiotizó. El sexo te desbordó. Múltiples salidas encontrabais para aquel túnel: Segundas, terceras, cuartas oportunidades de más… cuatro, cinco, seis kilos de menos. Palabras como “cuarto oscuro“, “sauna“, “cruising” y “cama” acabaron teniendo la misma definición. Cualquier lugar era perfecto para practicar. Tríos, cuartetos, orgías, cambios, intercambios, préstamos… Chats, perfiles, nicks ocultos descubiertos, polvos violados, polvos obligados por el mero hecho de la pertenencia y no el placer... Vale tío, para. ¡Para ya! ¿Es que no has tenido suficiente? ¡No es necesario que en cuatro meses te gradúes y hagas de ti una cobaya más del informe Kinsey!
Conscientes de que estos juegos desestabilizaban vuestra historia, continuabais adelante en vuestro firme empeño por exterminarla. ¿Consistía esto en quemar el último cartucho? ¿Era necesario reventar aquello?. Lo que al principio os producía risas y abrazos exultantes por lo novedoso de la experiencia acabó por producirte un continuo desgarro interior. Recuento de condones, pitadas al móvil de madrugada…
En ocho meses la historia estaba acabada. Habíais agotado todas las posibilidades. No había de dónde rascar, nada más que hurgar, arañar, exprimir... Una historia seca, vacía de contenido. Aún así, dudabas siempre de un inminente final. Lo temías. Seguías al pie de la letra el consejo de una compañera de trabajo, experta en relaciones suicidas: “Continúa hasta que te canses, hasta que no puedas más, hasta que no te queden cartuchos por quemar, hasta que no te apetezca seguir jugando…” Descubrir el sexo a los 30 produjo en ti un curioso efecto revelación-revolución. No es que fueras virgen a los 30, sino que nunca surgieron oportunidades tan seguidas. La consecución de este objetivo produjo el deseo de querer experimentar todo a la vez. Declarasteis en vuestras vidas un Estado falocrático: Grandes, gordas, largas, delgadas, picudas, chatas, dobladas, venosas,… Sexo y amor. El sexo en pareja ya estaba establecido pero apareció el amor sin tenerlo previsto. Amor y sexo descubierto al mismo tiempo. Demasiada información que procesar para tan poco tiempo ejerciendo. El amor te idiotizó. El sexo te desbordó. Múltiples salidas encontrabais para aquel túnel: Segundas, terceras, cuartas oportunidades de más… cuatro, cinco, seis kilos de menos. Palabras como “cuarto oscuro“, “sauna“, “cruising” y “cama” acabaron teniendo la misma definición. Cualquier lugar era perfecto para practicar. Tríos, cuartetos, orgías, cambios, intercambios, préstamos… Chats, perfiles, nicks ocultos descubiertos, polvos violados, polvos obligados por el mero hecho de la pertenencia y no el placer... Vale tío, para. ¡Para ya! ¿Es que no has tenido suficiente? ¡No es necesario que en cuatro meses te gradúes y hagas de ti una cobaya más del informe Kinsey!
Conscientes de que estos juegos desestabilizaban vuestra historia, continuabais adelante en vuestro firme empeño por exterminarla. ¿Consistía esto en quemar el último cartucho? ¿Era necesario reventar aquello?. Lo que al principio os producía risas y abrazos exultantes por lo novedoso de la experiencia acabó por producirte un continuo desgarro interior. Recuento de condones, pitadas al móvil de madrugada…
Una noche, en pleno intercambio con una pareja de parisinos, justo cuando estabas enculando en el salón a un tal François, viste cómo él cogió la mano de un tal Reduan para llevarlo a vuestro dormitorio, convertido desde hacía ocho meses en un fornicatorio público . Se detuvieron un instante en el pasillo y contra la pared lo besó. Interpretaste ese beso como algo demasiado íntimo, por la forma, por la ternura, por cómo esas manos rastreaban su mandíbula; por cómo te recordaron a tus besos, los que te pertenecían, los que desaparecieron. Tus besos perdidos. Ya habíais jugado con eso en otras ocasiones. Cuando eras tú el que besabas a otros, nunca apartabas la vista de él, le mirabas fijamente, sin pestañear. Procurabas que fueran éstos especialmente enfáticos; que le quedase bien claro que estabas disfrutando. Era tu particular venganza. Querías encontrar en él alguna muestra de celo y hasta que no conseguías esa engañosa señal no cerrabas los ojos. Sin embargo, ese beso al tal Reduan despertó en ti la añoranza de tiempos mejores. Es triste intentar hacer el amor con tu pareja y darte cuenta de que sólo has follado, que su mirada es opaca, que te esquiva al besarlo. Lo es aún más notar cómo quiere despegarte de tu propia cama y desear que las sábanas vuelvan a estar limpias y frías.
En esa noche, de aparente normalidad dentro de vuestra anomalía, el Caos y el Drama quisieron también ser partícipes del intercambio. Ese beso, el que te había robado un desconocido franchute de mierda, prendió la mecha de tu último cartucho. Dejaste al tal François tirado en el sofá, corriste hacia vuestra habitación y los sacaste a empujones de la cama, vuestra cama. Seguían comiéndose la boca. Aún no se habían desnudado y parecía que no tuvieran la intención de hacerlo. Tus ojos ensangrentaron. Le gritaste que estabas harto de todo, que habíais llegado demasiado lejos, que en casi un año habías aprendido suficiente, que si esta era la vida que te esperaba ya no querías ser maricón. Volaron cuadros, botellas, libros y biznagas por la casa. Salió enfurecido del apartamento dando un portazo. Le perseguiste bajando rápidamente por las escaleras. Alcanzaste su coche y desde fuera, con la ventanilla a medio bajar, llorando como un niño chico le pediste perdón. Perdón por llorar, por haberle gritado, por quererle como le querías. Perdón por no haber dicho un no a tiempo. Un arranque del motor zanjó tu monólogo…
Aquella tarde, allí, en el muelle 4, mascando pipas y desnortado mirando a la nada, llegaste a la conclusión de que ese punto de sufrimiento confirió cierta credibilidad a la relación. Tuviste que odiar para olvidar y así poder perdonar para después querer. La ausencia de ausencia se instaló definitivamente en tu cabeza casi sin darte cuenta. Pretendías darle un final digno a aquel infierno. Un final feliz.
Quien juega con fuego acaba quemándose o ardiendo, siempre y cuando no acabe consumido.
ResponderEliminarAnte todo felicidades por el relato.
ResponderEliminarLo malo de los últimos cartuchos es que siempre es la otr@ quien lo hace estallar por ti.
Para algo es el último cartucho.
Un último cartucho al que con esperanza seguirá otro último cartucho y así sucesivamente en la vacua aspiración de acabar con todo un arsenal.
Lo malo del último cartucho, es que siempre acaba estallándote en la cara, como aquellos de la marca ACME que fundían en negro al coyote.
Lo que es, será. Es algo irremediable.
Pues más vale solo que con algunas compañías dolorosas.
ResponderEliminar♠^^¡Súper Cool título! jaja Termino de leer lueguito^^♠
ResponderEliminar^^¡Chévere /muy cool! ke raro ke se pretenda el amor entre dos masculinos. Sea el ke se sea, kien pretendió es un inocente infantil. ¡Felicitaciones! por creer cosas ke parecen imposibles... como io ke sueño ke un hombre me kiera por siempre. Una femina kiza si por ke nos aferramos, como un árbol hechamos raices hasta depender... Pero los hombres con su espíritu liberal es muy difícil ke, con uno, se kieran kedar T.T ¡Pasela bien Bonito caballero!^^♣
ResponderEliminarQué duro es todo, yo siempre tuve miedo a traspasar el umbral que me llevaba camino al sexo sin sentimientos, el miedo era a no poder regresar.
ResponderEliminarHoy aún no sé si abrá un camino de retorno...
Me ha encantado, de lo mejor que he leído últimamente.
Besos
El sexo produce una energía tan fuerte que termina por desvanecer la razón. No digo que sea malo, que quede eso claro, es bueno e incluso terapeútico pero puede ocurrir como en el caso de esta pareja que no se esté en el mismo nivel de experimentación sexual. Los cartuchos hay que gastarlos, sin embargo se cae en el error de no saber cuantos te quedan y si estos terminarán explotando. Me ha gustado esa imagen de los que ven la crisis: cervecitas, pipas frente al mar... no hay mayor lujo, al menos para mí.
ResponderEliminarUn beso.
Mezclar sexo y amor más de dos personas te llevan a esto, al vacío.
ResponderEliminarPese a todo, bonita historia que ojalá no sea autobiográfica...
Excelentemente contada pero triste historia amigo. El sexo desesperado, no acostumbra a ser buen compañero del amor...
ResponderEliminarUn abrazo Arguifonte.
Pues es mi primer abordaje a este blog. Est post esta desconsolador. Tienes un buen don para decirlo y que bueno que lo hagas para todos en tu blog.
ResponderEliminarEstare pendiente de lo que digas. Un abrazo.
Es una historia muy bien hilvanada y contada, y lo que aborda es profundo: tiene que ver con el ansia de abarcar todo.. pero ese todo es un pozo sin fondo, y de aguas cenagosas.
ResponderEliminar(Me ha hecho mucha gracia lo de las biznagas volando por el aire..)
Escalofriante tema, exrtraordinario relato, inmejorable forma.
ResponderEliminarEn México tenemos un orgullo nacional, Eugenia León es su nombre. Ella hizo esto:
bueno te quise pegar un video pero esto no me deja... buscate en youtube A nadie, con Eugenia León.
Ojalá que te guste.
Me parece adecuado con tu tema, analiza la letra.
2046 Besos.
en tiempos de crisis, nunca viene mal leer un texto así...me ha gustado mucho como escribes
ResponderEliminarja buen blog
ResponderEliminarme gusto mucho adios
psa al mio
http://dangaliot.blogspot.com/
You look so fine... tio me das miedo... siempre parece que estás en mi cabeza, y sobre el relato, mi vida dista muchísimo de ese frenesí orgásmico, pero en cierto modo, me siento representado por otros asuntos. Genial, como siempre.
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