Se abre la puerta de un taxi y desciende de él una chica despampanante de unos veinticinco años. "No, no soy rumana", le dice por la ventanilla del copiloto al conductor. La ropa no hace al hombre pero en este caso crees acertar de lleno. Pantalón vaquero ajustadísimo con costuras a punto de estallar, corpiño negro con escotazo mostrando las tetas hasta casi llegar al pezón y tacones plateados de aguja de altura considerable. Jueves por la noche. Dos y media de la mañana. El taxista terminaba su carrera. Ella también.
"¡Que no, que no soy rumana!", le repite a gritos con acento portugués mientras saca sus cosas del maletero: una mesita de noche sin cajones y un bolso de Gucci que coloca encima de esta. Cierra de un golpetazo y acelera su paso para llegar a tiempo al portal antes de que se cierre la puerta. Observáis la escena y te da tiempo de sujetarla. Ni se percata del gesto y devuelves un de nada a unas gracias inexistentes. Justo castigo quizá para tu curiosidad descarada. Pulsas el siete. Ella pulsa el diez.
A. fuma el último en la terraza. Le acompañas y comentáis el concierto que acabáis de ver. Miras hacia abajo y ves el taxi aún esperando en doble fila. El taxista espera apoyado en la puerta del coche mientras da caladas compulsivas a un cigarro. "Seguro que no le ha pagado", sentencias.
Seis de la mañana. Suena el despertador. A. se levanta contigo a pesar de que puede apurar un par de horas más. Mientras te das la ducha fría de cada mañana, te cuenta una historia extraña acerca de unas voces y tacones que escuchó en la noche: Una mujer gritando, una mujer bajando unas escaleras, un eco de taconazos que sube por el hueco de la escalera, unos taconazos que se convierten en uno, un taconazo cada dos escalones... Sales de la ducha y le miras con cara de incrédulo mientras te secas. "Lo habrás soñado", aseguras mientras das el último sorbo al café. "La llave la tienes en la cajita verde, te veo luego".
Llamas al ascensor pero decides bajar por las escaleras a pesar de ir ya con la hora pegada al culo. Te mata la curiosidad. Ni rastro del tacón. Cuando llegas a recepción esperas encontrar alguna señal en la cara del conserje. "Buenos días","buenos días". Nada. Pulsa el interruptor de debajo del mostrador para abrirte la puerta. Ya casi ha amanecido del todo. Te giras y miras hacia arriba. No buscas el Sol. Buscas el piso diez.
"¡Que no, que no soy rumana!", le repite a gritos con acento portugués mientras saca sus cosas del maletero: una mesita de noche sin cajones y un bolso de Gucci que coloca encima de esta. Cierra de un golpetazo y acelera su paso para llegar a tiempo al portal antes de que se cierre la puerta. Observáis la escena y te da tiempo de sujetarla. Ni se percata del gesto y devuelves un de nada a unas gracias inexistentes. Justo castigo quizá para tu curiosidad descarada. Pulsas el siete. Ella pulsa el diez.
A. fuma el último en la terraza. Le acompañas y comentáis el concierto que acabáis de ver. Miras hacia abajo y ves el taxi aún esperando en doble fila. El taxista espera apoyado en la puerta del coche mientras da caladas compulsivas a un cigarro. "Seguro que no le ha pagado", sentencias.
Seis de la mañana. Suena el despertador. A. se levanta contigo a pesar de que puede apurar un par de horas más. Mientras te das la ducha fría de cada mañana, te cuenta una historia extraña acerca de unas voces y tacones que escuchó en la noche: Una mujer gritando, una mujer bajando unas escaleras, un eco de taconazos que sube por el hueco de la escalera, unos taconazos que se convierten en uno, un taconazo cada dos escalones... Sales de la ducha y le miras con cara de incrédulo mientras te secas. "Lo habrás soñado", aseguras mientras das el último sorbo al café. "La llave la tienes en la cajita verde, te veo luego".
Llamas al ascensor pero decides bajar por las escaleras a pesar de ir ya con la hora pegada al culo. Te mata la curiosidad. Ni rastro del tacón. Cuando llegas a recepción esperas encontrar alguna señal en la cara del conserje. "Buenos días","buenos días". Nada. Pulsa el interruptor de debajo del mostrador para abrirte la puerta. Ya casi ha amanecido del todo. Te giras y miras hacia arriba. No buscas el Sol. Buscas el piso diez.
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