Intenté esquivarlo pero se percató de que andaba por allí. Hizo una parada para respirar y se acercó para saludarme. Usó toda la parafernalia usual en él: me abrazó soltando un exultante "¡qué dices!", se encrespó el flequillo con los dedos y desplegó una sonrisa avasalladora, de una perfección casi ofensiva. Con eso bastó para engatusarme y que yo empezara a hablar de forma atolondrada, encasquillándome como una escopeta de plomos. Los demás hombres sin rostro iban pasando por detrás como zombies. Utilizaba una frecuencia onírica de macho alfa que lograba eclipsarlos. A su alrededor, empezaron a acumularse decenas de mujeres en celo que tentaban su paquete mientras me saludaba. Sí, era él, en un sueño más: El Flautista de Coñolín apareció en uno de los casi diez que tuve aquella noche.
'Rostro del Gran Masturbador' - Dalí (1929)
No te imagino encasquillándote, qué va.
ResponderEliminarNo te creas, que engaño una barbaridad.
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