Antes de
instalarme en Plutón, compartí piso durante varios años, casi diez, con otros alienígenas.
Sí, no eran seres humanos, eran alienígenas, seres de otro planeta con los que
nunca llegué a entenderme. Mi primer compañero de piso fue por recomendación de un hermano de un amigo. Resultó ser un cubano negro fornido y pollón. Supe de la característica de su apéndice pues una noche llegué dolorido del trabajo y se me ofreció a darme un masaje. Cuando me di la vuelta se montó encima mía y acabamos, pues como teníamos que acabar. En aquella época, andaba
yo acostándome también con chicas y al quedar mi presunta heterosexualidad en
entredicho, todo esto me ocasionó un dilema mental
de severa consideración por lo que no tuve más remedio que abandonar la casa, a lo GH.
De allí me fui a vivir con dos informáticos. Los dos emigraban a sus pueblos los fines de semana y aprovechaba la ocasión para ejercer de anfitrión con los compañeros de universidad organizando macrofiestas en 90 metros cuadrados a las que de vez en cuando acudían personajes no invitados: la policía. Pasaron meses y me aburrí de ellos. La informática es fría, y calculadora, además de no haber apenas afinidad entre nosotros. Ni siquiera me dejaron ver la primera edición de Operación Triunfo y no me quedaba otra que dormir los lunes en el hogar familiar. Lo sé, a pesar de ir de moderno hoy día con cantantes que no conoce ni su madre, por aquel entonces la enorme Rosa me ponía la carne de gallina...
En un periplo por más de diez pisos, compartí vida con dentistas, estudiantes de Erasmus, jugadores de rol, mecánicos, camareros, etc. Harto de suciedad, desorden y testosteronas desatadas y debido a que mi paupérrima economía sólo me permitía independizarme de esta forma, opté por una pretendida sensibilidad, armonía y bienestar: un piso de chicas.
De allí me fui a vivir con dos informáticos. Los dos emigraban a sus pueblos los fines de semana y aprovechaba la ocasión para ejercer de anfitrión con los compañeros de universidad organizando macrofiestas en 90 metros cuadrados a las que de vez en cuando acudían personajes no invitados: la policía. Pasaron meses y me aburrí de ellos. La informática es fría, y calculadora, además de no haber apenas afinidad entre nosotros. Ni siquiera me dejaron ver la primera edición de Operación Triunfo y no me quedaba otra que dormir los lunes en el hogar familiar. Lo sé, a pesar de ir de moderno hoy día con cantantes que no conoce ni su madre, por aquel entonces la enorme Rosa me ponía la carne de gallina...
En un periplo por más de diez pisos, compartí vida con dentistas, estudiantes de Erasmus, jugadores de rol, mecánicos, camareros, etc. Harto de suciedad, desorden y testosteronas desatadas y debido a que mi paupérrima economía sólo me permitía independizarme de esta forma, opté por una pretendida sensibilidad, armonía y bienestar: un piso de chicas.
Cuando quedé con ellas para verlo me recibieron con los brazos abiertos. Al parecer llevaban bastante tiempo buscando un compañero pero ninguno se decidía por quedarse. En aquel hogar, los primeros días yo era
el rey del gallinero y ellas… más guarras que las gallinas. Una era maestra y
la otra cocinera. La maestra estaba en paro y
a la cocinera nunca le faltaban ingredientes ya que la Arguiñana no
dejaba de sisarme comida y a mí, como que me daba vergüenza recriminarle la
falta de guisantes o salchichas. La maestra todos los días era visitada por su
novio yonki que por contrato de palabra, le exigía mínimo un polvo diario. Así me lo confesó
ella tras insinuárseme el día que él no cumplió. He de reconocer que, al
ser mi habitación contigua a la suya, alguna gayola no estipulada en las clausulas cayó. La cocinera, una peliteñida
sempiterna aspirante a MHYV, tampoco curraba: la acababan de echar de la hamburguesería que trabajaba por robar. Así que todos los días las tenía en casa. Siempre emporradas y en estado de levitación,
organizaban fumatas blancas en el salón
con gitanos que venían a suministrarles chocolate de valde. Yo no es que sea racista,…
pero… ¡ni peros ni leches!, tener la casa llena de gitanos todos los días
como que no, como que me acojonaba un poco. Por aquel entonces trabajaba yo en
la noche, no de gogó ni de relaciones públicas, sino de telefonista en una central de alarmas y cuando llegaba al amanecer, me encontraba con
gitanos durmiendo por toda la casa, en los sofás, babeando en la mesa de la cocina, desparramados en colchones de playa por los pasillos... Tenía que sortearlos hasta llegar a mi camita donde , cagado de miedo, me tapaba con el nórdico hasta
las pestañas, buscando con mis húmedos ojillos objetos punzantes por todo el
cuarto por si entraban allí, no ser que mi presencia les molestase y le dieran por meterme un navajazo.
Una día tuve que pasar por el salón para
tender la ropa en la terraza. Abrí la puerta y todos estaban jaleando a la tele. Todo era calcado a aquella escena en la que los gremlins
estaban liándola parda en una sala de cine. Entre
el humo porretil y los destellos de los
cordones y anillos de oro pude adivinar lo que tenían puesto: ¡Un dvd de la boda de
Farruquito! Me quería morir. Mientras tendía, el tembleque me hacía no atinar con las pinzas. Quería huir de aquella
jauría como fuera. No sabía qué hacer, si romperme la camisa, la camisita que
tengo o coger la sábana bajera y lanzarme al vacío en paracaídas, cosa harto difícil pues vivíamos en un bajo con rejas.
Pasaron los días y la situación tornó en un infierno que se desbordó cuando al volver de un fin de semana en Cádiz me encontré con toda la familia de la cocinera, su madre y tres hermanos, instalada allí, desahuciados por su casero. Aquello colmó la gota del vaso. La situación era insoportable y no me quedó más remedio que rendirme. Abandoné aquella pocilga en cuestión de horas.
Esa misma semana, un grupo de estúpidos astrónomos decidió que Plutón dejaría de ser un planeta. Al quedar vacante su posible habitabilidad, decidí okuparlo, hasta hoy. De mis compartimentos con plutoníacos ya hablaré otro día...
Pasaron los días y la situación tornó en un infierno que se desbordó cuando al volver de un fin de semana en Cádiz me encontré con toda la familia de la cocinera, su madre y tres hermanos, instalada allí, desahuciados por su casero. Aquello colmó la gota del vaso. La situación era insoportable y no me quedó más remedio que rendirme. Abandoné aquella pocilga en cuestión de horas.
Esa misma semana, un grupo de estúpidos astrónomos decidió que Plutón dejaría de ser un planeta. Al quedar vacante su posible habitabilidad, decidí okuparlo, hasta hoy. De mis compartimentos con plutoníacos ya hablaré otro día...
Esto da para un excelente guión cinematográfico.
ResponderEliminarUna noche fría de Enero, hace miles de años... en un arrebato, me fui del piso que compartía con una individua mucho más cerda que cualquiera de los 'tuyos', y acabé en el piso de unos amigos, en pleno ensanche barcelonés, donde para calentarse (tenían todos los suministros cortados por falta de pago) quemaban en una chimenea de cuento de hadas, el único sofá que había en la casa :) Dormimos todos con nuestros sacos respectivos alrededor de esa lumbre y más 'fumaos' que Bartolo rey de los vagos :). Salí del paso al día siguiente, aunque ahora mismo no consigo recordar exactamente donde fui a dar con mis huesos. Pero esa noche no se me olvida ¡ya ves!
ResponderEliminarP.D.: creía haber comentado ya en esta entrada... o quizás es la moderación de comentarios... bueno, como sea, un besazo plutoníaco (que no plutoniano :))
Javier: ¿Y qué vida no da para un excelente guión cinematográfico...
ResponderEliminarCrystal: Querida amiga, me ha encantado tu comentario. La imagen del sofá ardiendo y todos durmiendo alrededor buscando el calor no se me ha quitado en días. Te adoro, Crystal.
Lo de la moderación..., pues nunca he pensado en ponerlo. Me gusta leeros, saber qué opináis (para bien o para mal) acerca de lo que cuelgo por aquí, que os expreséis con total libertad, de hecho la vais a seguir teniendo. Lo que no me apetece es polemizar. Si escribo es porque me sirve de terapia, hablo siempre sobre mí, sobre mis vivencias, aunque a veces las exagere. La polémica no me sirve de terapia, más bien me hastía.
Un abrazo sincero para los dos.
He tenido varias mudanzas, en ninguna he llegado al punto de tener que tirarme de un bajo con una sábana. Pero convivir con extraños (hasta cuando había amistad previa acababan por convertirse en extraños) es una de las cosas que si me puedo evitar me evitaré.
ResponderEliminarDesde entonces sólo he convivido con gatos y con parejas (hoy ex). Ahora ando felizmente no casado y con un gato que está cojo. Será que creo en ese patrón de vida.
Besos y no me digas que no es está tranquilo en plutón, aunque intuyo que en ese planeta tuyo han pasado también muchas cosas no?