—¿De quién es esta polla?
—Tuya.
Anónimo.
Con el móvil en la mano aguanté sin responder a la llamada. No quería estar tan solícito. Quería saber cuánto tiempo era capaz sin saber de él. Nunca tanta dependencia fue tan dañina a pesar de la costumbre. Siempre con el líder desde que era pequeño, como Sancho Panza con Don Quijote, como Watson con Holmes, como BuBu con Yogui. Mi presunta debilidad y enfermiza timidez pasaría así más desapercibida. Un polo opuesto que hizo que atrajera a los aspirantes a gurús con sorprendente facilidad. El oxímoron perfecto, el cazador cazado...
Hace años que apareció en mi vida uno de esos gurús pateando con unas bonitas piernas. Una parte de su anatomía que no me había llamado especialmente la atención hasta que un día de agosto, a la salida de una discoteca de Sitges donde se había celebrado una fiesta de la espuma, o lo que es lo mismo, una orgía, un francés chapurreando español le dijo a mi por entonces novio que tenía unas bonitas piernas. Él le contestó comiéndole la boca. El muy maricón mutó de repente en romántico con la cantidad de rabos que se había comido minutos antes en la pista de baile...
Por avatares de los dioses, y por qué no decirlo, Grindr mediante, hace casi un año se reinstalaron en Plutón otras bonitas piernas. Cuando las vi por primera vez me asusté: eran calcadas a las que el francés de Sitges piropeó. Nunca una belleza me dio tanto pavor. Los fantasmas del pasado se instalaron con él y mis intentos por exorcizarlos fueron en vano. Establecí unilateralmente una absurda ley de dependencia que desembocó hace dos días en una histeria de paredes desconchadas y nudillos sangrantes. Quizá sea el sentido de pertenencia, la distancia y no poder controlar, el creer que querer es lo mismo que apropiarse o simplemente el exceso de oxitocina que el puto amor provoca fue lo que desde un principio me hizo sentir un irrefrenable miedo a la pérdida. Infundado o no, pues vomitarlo aquí no significa otra cosa que catarsis y no conclusión, he decidido ponerme a prueba una vez más y demostrarme que puedo aguantar un tiempo sin saber nada de él. Podría dejarlo y muerto el perro se acabó la rabia pero no quiero, no puedo. He encontrado una solución más práctica y factible para tratarme de esta locura que son los celos. Me marcho a un lugar frío, individualista, cuadriculado y robótico. Me piro a Berlín.
El que no haya experimentado una situación como esa que tire la primera piedra. No sabe usted cómo le comprendo, mi querido Arguifonte, sobre todo la parte en la que menciona el no poder tomar el control por causa de la distancia. Y es que los celos provocan que queramos ser una especie de Dios omnipotente y omnipresente en la vida de la persona amada. Celos que los "entendidos" dicen que no llevan a ninguna parte y que no son más que una clara prueba de que nunca los han sentido porque nunca han amado.
ResponderEliminarRespire y resetee. Ese es mi consejo.
Un saludo.
Pues va a ser eso, a relajarse toca. Será el amor, será, será...
ResponderEliminarGracias por leerme y por compartir tus impresiones.
Un beso.
A Berlín? Maldito! como te envidiooooooo...
ResponderEliminarGenial, genial del todo. Me identifico mucho con el texto (al menos, en la parte objetiva), así que +1
ResponderEliminarCristal00K, pues sí querida, allá que nos vamos en mayo.
ResponderEliminarGracias Mlle. van Monkey le FuckIt, ya sabes, cuando se escribe desde la entrañas, (o como leí una vez: "desde el coño"), salen cosas como estas.