miércoles, 13 de febrero de 2013

CLUB KARIBE


   Hicimos una parada en el viaje para comer. En una explanada que había en la carretera, aparcamos frente a una casa abandonada. Salí del coche para coger los bocadillos y cuando subí la puerta del maletero me percaté del cartel que tenía delante de mí: CLUB KARIBE. Soy morboso, lo reconozco, pero esto ya superaba las expectativas de mis más polucionables sueños. Tenía a mis pies un puticlub abandonado, con la puerta abierta... Los ojos se me hicieron chiribitas y el corazón se revolucionó. Jon, que aún no había salido del coche, estaba mandando un whatsapp a alguno de sus cientos de amigos. Acelerado le dije que mirara hacia arriba con cara de “¿entramos?”. Ni qué decir que dejamos el almuerzo para después...


  Al cruzar el marco sin puerta de entrada había una sala roja de espejos rotos , máquinas tragaperras saqueadas y un jukebox  destartalado tumbado en el suelo.  Me imaginaba cómo debía ser aquello lleno de putas ofreciéndose a los hombres de la zona. La imaginación no iba exenta de miedo. Vale que era un puticlub abandonado, sin más,  pero quizá, influenciado por American Horror Story,  no podía evitar acordarme del inicio del primer capítulo de la segunda temporada. Eso sí, cumplimos con todos los clichés de las pelis de terror, uno por uno: 

   Puertas que prohibían el paso, puertas que abríamos de una patada...


          
   Escaleras que nos guiaban hacia lo desconocido...

         
                                            
   Pasillos tenebrosos en donde no se oía nada, pero que en mi cabeza reproducían perfectamente los jadeos que seguramente allí años atrás hubieron...



   Todas las habitaciones estaban saqueadas. Sólo decoraban sus paredes lavabos y bidés fantasmas...




   Llegamos por fin a la del fondo, a la habitación azul. Su belleza derruida produjo en mí un efecto descomunal, indescriptible...




   Fue tal la excitación que me provocó la mezcla de morbo y miedo que me empalmé. No me quedó otra que bajarme los pantalones y pedirle a mi fotógrafo que me la comiese. Los bocadillos podían esperar...



       

5 comentarios:

  1. Ja, ja, ja, que buen relato, pues sí, da un poco de yuyu meterse dentro de esos lugares, más que nada porque a veces pueden habitarlo yonkies y quién sabe que otra gentecilla. Por cierto, se agradece la última foto, estás como un tren tío, ese Jon me da una envidia sana... besotes en to el nabo (es que me has puesto burro joder)...

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  2. Qué lástima no ser fotógrafo. Lo digo para poder hacer fotos como esa de pantalones caídos, no sea mal pensado.

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  3. Desde luego un relato único, cercano a un arranque gótico pero con happy end.

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  4. Yo me he metido en varias casas abandonadas y he tenido sexo en ellas. Es más común de lo que parece, en algunos sitios.

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