Aquel sábado por la noche Julia acabó su turno antes de lo previsto. No era todavía la una y le daba tiempo a coger el metro. Estaba ida, como levitando, y al subirse en las escaleras mecánicas obtuvo una paz gloriosa que no había conocido en toda su vida. “El cielo debe ser lo más parecido a esto”, pensó. Ni una caja de los lexatines que tomaba con asiduidad le habría proporcionado tanto sosiego. Bajó una primera planta y cruzó un infinito túnel en otra pasarela mecánica camino de la línea verde. Dobló la esquina y se subió en una segunda escalera. Un pequeño traspiés la hizo volver en sí y provocó que su mente albergara un flashback de hacía quince minutos. En sus ojos se incrustó el horror. Sus retinas emitían pequeños fragmentos solapados de cuando acuchillaba a su señora...
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