Salió corriendo de allí casi con lo puesto. Había llegado a casa otra vez borracho con ganas de liarla. En una bolsa de plástico guardó un puñado de ropa que cogió del comodín. No tenía maleta porque desde que se casaron, hacía más de cuarenta años, nunca habían viajado. Ya en la calle, se sentó en un banco y buscó en el bolso la foto de Luis, su hijo muerto hace dos años. Lo besó. Miró a ambos lados, metió la foto dentro y tentó el cuchillo envuelto en un paño de cocina. Respiró profundamente e insufló paz por primera vez en mucho tiempo. Aquella infernal tarde de julio, Marga aprovechó que Manuel estaba de espaldas meando fuera de la taza del váter, como siempre, para asestarle diez puñaladas.
Yo hubiese hecho lo mismo.
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