domingo, 20 de septiembre de 2015

ROAR

   
   Carmela y Juan decidieron reunir a cada uno de sus cinco hijos en un sitio neutral por separado. Un lugar donde no hubiera posibilidad de discusión alguna entre ellos: un banco de la Gran Vía. Julia, la mayor, fue la última convocada, a las siete. Cuando llegó, se sentó en medio de los dos y le leyeron de viva voz, entre ruidos de coches y sirenas, su testamento en vida. Le endiñaron la yogurtera y un microondas con grill.


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