Carmela y Juan decidieron reunir a cada uno de sus cinco hijos en un
sitio neutral por separado. Un lugar donde no hubiera posibilidad de
discusión alguna entre ellos: un banco de la Gran Vía. Julia, la mayor,
fue la última convocada, a las siete. Cuando llegó, se sentó en medio
de los dos y le leyeron de viva voz, entre ruidos de coches y sirenas,
su testamento en vida. Le endiñaron la yogurtera y un microondas con
grill.
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