Ya he encontrado piso. Otro. Me mudo dos
bloques "máh pallá" como diría en mi tierra. Claro que en mi tierra a
veces es difícil mudarse, incluso mantener la casa propia. Si bien es
cierto que allí tampoco hubiera tenido problemas hacerlo: puedo
presentar nóminas, contratos fijos y vidas laborales con más de quince
años cotizados. Además, al ser soltero y no tener cargas familiares,
tengo solvencia económica y más de la mitad de mis gastos desembocan
directamente al ocio. En mi tierra, en general en toda España pero en mi
tierra más, hay gente que no tiene preocupaciones para mí ahora
vitales. Gente que no maldice como yo el tener que fregar de nuevo los platos
porque mi nueva casa no tendrá lavavajillas; o porque no sabe si
comprarse un plasma de 30 o 500 pulgadas para ver todas las series de
Netflix; o gente que en su puta vida les asaltaría la duda de elegir un
color de sofá rojo o verde porque quede a juego con las cortinas del
salón. En mi tierra, en España también pero en mi tierra más, hay gente
que no tienen ni donde caerse muerto. Las vacaciones
pasadas lo comprobé in situ. Colaboré una noche en una ONG repartiendo
ropa de invierno y cenas en Málaga. Allí mis ojos, más pijos que nunca,
vieron muchas cosas. Vieron cómo me suplicaban repetir o rellenar en botellas de plástico "colacaos" aguados
de la marca Hacendado. Les daba igual de la marca que fuese porque ellos no estaban para
exquisiteces y es que hay gente a la que le importa también una mierda
el sempiterno debate de Cola cao o Nesquik, qué cosas… Pasarían más de
cien personas por aquella barra improvisada junto al río seco en el que algunos dormían bajo sus puentes. Aquella noche no concluí nada
pero sí que percibí que la gente no es pobre por que sí. No se nace
pobre, las circunstancias vitales les llevaron a ello. Más que pobres
eran excluidos sociales, marginados. Sí, eran de esos que nos
molestan porque están mellados o huelen mal. Había gente con carrera,
gente culta con problemas de pareja, drogas, alcohol, algunos incluso
bien vestidos. No olvidaré cómo un señor que
flipó con una chaqueta de cuadros que le dimos se daba tirones en la
solapa como si le fuera a ensanchar y le acabara estando buena.
Anoche fui al cine a ver Techo y Comida donde una descomunal Natalia
de Molina pone cara y voz a la gente que vuelca bombonas para calentar
el agua, que rebusca en las basuras de los supermercados para comer o
que inútilmente pone velas a santos y vírgenes creyendo que les sacarán de su mísera situación. Sí, en España mucha gente pobre que pone velas a
santos pero en mi tierra más. Rocío, su personaje, condenada a un
desahucio que poco a poco la va aplastando como una losa, lucha por
tener un respiro que le es negado una y otra vez. Es madre soltera,
sin familia, sin estudios y le ha tocado no tener billete en ese tren
de supuestas oportunidades que es la vida.
Hoy no me puedo quitar de la
cabeza la historia de Rocío. Es posible que mañana tampoco se me vaya.
Pasado mañana me llamará el casero para firmar el contrato de alquiler de
mi nuevo piso y negociaré con él un televisor de plasma o que me pinte
de blanco el salón. De vuelta a casa pensaré en las macetas de geranios
que voy a poner en mi balcón o en dónde meteré los más de trescientos
dvd´s que posiblemente me traiga de Málaga. ¿Dónde coño guardaré los
dos nórdicos que tengo, la bicicleta, los patines? Puto ordenador viejo, para Reyes me autorregalaré un Apple y el Iphone 6. ¡Sí, quiero el Iphone 6! El sofá, ¿sofá rojo o
verde?…
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