miércoles, 9 de diciembre de 2015

TECHO Y COMIDA


    Ya he encontrado piso. Otro. Me mudo dos bloques "máh pallá" como diría en mi tierra. Claro que en mi tierra a veces es difícil mudarse, incluso mantener la casa propia. Si bien es cierto que allí tampoco hubiera tenido problemas hacerlo: puedo presentar nóminas, contratos fijos y vidas laborales con más de quince años cotizados. Además, al ser soltero y no tener cargas familiares, tengo solvencia económica y más de la mitad de mis gastos desembocan directamente al ocio. En mi tierra, en general en toda España pero en mi tierra más, hay gente que no tiene preocupaciones para mí ahora vitales. Gente que no maldice como yo el tener que fregar de nuevo los platos porque mi nueva casa no tendrá lavavajillas; o porque no sabe si comprarse un plasma de 30 o 500 pulgadas para ver todas las series de Netflix; o gente que en su puta vida les asaltaría la duda de elegir un color de sofá rojo o verde porque quede a juego con las cortinas del salón. En mi tierra, en España también pero en mi tierra más, hay gente que no tienen ni donde caerse muerto. Las vacaciones pasadas lo comprobé in situ. Colaboré una noche en una ONG repartiendo ropa de invierno y cenas en Málaga. Allí mis ojos, más pijos que nunca, vieron muchas cosas. Vieron cómo me suplicaban repetir o rellenar en botellas de plástico "colacaos" aguados de la marca Hacendado. Les daba igual de la marca que fuese porque ellos no estaban para exquisiteces y es que hay gente a la que le importa también una mierda el sempiterno debate de Cola cao o Nesquik, qué cosas… Pasarían más de cien personas por aquella barra improvisada junto al río seco en el que algunos dormían bajo sus puentes. Aquella noche no concluí nada pero sí que percibí que la gente no es pobre por que sí. No se nace pobre, las circunstancias vitales les llevaron a ello. Más que pobres eran excluidos sociales, marginados. Sí, eran de esos que nos molestan porque están mellados o huelen mal. Había gente con carrera, gente culta con problemas de pareja, drogas, alcohol, algunos incluso bien vestidos. No olvida cómo un señor que flipó con una chaqueta de cuadros que le dimos se daba tirones en la solapa como si le fuera a ensanchar y le acabara estando buena.

    Anoche fui al cine a ver Techo y Comida donde una descomunal Natalia de Molina pone cara y voz a la gente que vuelca bombonas para calentar el agua, que rebusca en las basuras de los supermercados para comer o que inútilmente pone velas a santos y vírgenes creyendo que les sacarán de su mísera situación. Sí, en España mucha gente pobre que pone velas a santos pero en mi tierra más. Rocío, su personaje, condenada a un desahucio que poco a poco la va aplastando como una losa, lucha por tener un respiro que le es negado una y otra vez. Es madre soltera, sin familia, sin estudios y le ha tocado no tener billete en ese tren de supuestas oportunidades que es la vida.

   Hoy no me puedo quitar de la cabeza la historia de Rocío. Es posible que mañana tampoco se me vaya. Pasado mañana me llamará el casero para firmar el contrato de alquiler de mi nuevo piso y negociaré con él un televisor de plasma o que me pinte de blanco el salón. De vuelta a casa pensaré en las macetas de geranios que voy a poner en mi balcón o en dónde meteré los más de trescientos dvd´s que posiblemente me traiga de Málaga. ¿Dónde coño guardaré los dos nórdicos que tengo, la bicicleta, los patines? Puto ordenador viejo, para Reyes me autorregalaré un Apple y el Iphone 6. ¡Sí, quiero el Iphone 6! El sofá, ¿sofá rojo o verde?…


No hay comentarios:

Publicar un comentario