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Tarde de domingo. Acabáis de almorzar. Él se levanta y camina con andar vacilón hacia el balcón para bajar la persiana. Tú desplazas la mesa y despliegas el sofá. Se incorpora de nuevo junto a ti adoptando la misma posición fetal con la que lo estabas esperando. Tus brazos avanzan. El derecho repta por debajo de su cuello haciendo un gancho a la salida hasta anclarse en su axila. El izquierdo rodea su vientre y se agarra a la cintura. Lo aprietas fuerte contra ti. Besas su nuca. Duermes...
Más que de las personas, nos enamoramos de los abrazos.
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