Madrid, Nuevos Ministerios. Salgo del metro, sí, ese lugar en el que me enamoro cientos de veces y
me mezclo entre la muchedumbre ejecutiva rumbo a Decathlon Golf para
devolver un polo blanco comprado para mi fiasco de disfraz de Halloween.
Voy moderno, sí, creo ir moderno con una gabardina gris, embutido en
unos skinnies y con unas zapatillas rojo chillón de New Balance. Al
menos eso me parece al verme en los espejos de El Corte Inglés de
Castellana que cruzo para darme un garbeíllo
entre la opulencia china allí naciente. Asqueado abro la puerta de
salida y respiro profundamente, como si acabara de salir de un váter
lleno de mierda a lo Trainspotting. Me vuelvo a diluir entre chaquetas
negras con cabezas que hablan como locas por el móvil pero para
desilusión mía no oigo a ningún bróker que grite ¡Compra, compra!' ni
nada parecido. Sólo acierto a entender a uno que tras dar una calada a
un puro y apestarme con el humo emite una expresión arcaíca, jurásica y
antediluviana que hace que me quede literalmente con toda la cara
partía. ¡Ostras Pedrín!, va y dice el tío por su iPhone. Qué chasco
prima...
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