lunes, 7 de marzo de 2016

BENIYORK



   Benidorm mola. Nuestro Manhattan patrio es feo, hortera y mastondóntico pero tiene su puntito. La palabra exacta sería "trashy" como me definieron una vez unos guiris a Torremolinos. Esta ciudad está hecha por y para el ocio. Ocio para mayores, el más merecido no obstante. Da gusto ver cómo se reúnen en el paseo decenas de viejos para tomar el Sol o cantando en la playa a viva voz, cancionero en mano, 'La bella Aurora' o el 'Volver, volver' ,entre otras, sin tener la más mínima vergüenza por desafinar; o grupos de señoras recién conocidas en el hotel que revoltillean souvenirs y compiten entre ellas por ser la más graciosa; o esposas que desuellan por ligera delante de sus maridos a la solterona que repite por tercera vez el mismo viaje del Imserso. Admitamos que criticar al prójimo siempre ha sido un pasatiempo entretenido. Y sí, he tenido otro amor instantáneo al pasar delante de un muchacho extranjero, guapísimo y sin piernas que iba en silla de ruedas. Amor correspondido porque al girar la cabeza me ha devuelto la mirada.

    Yo también iba sobre ruedas. Me he pasado toda la mañana patinando recorriéndome en camiseta este paseo marítimo con música en los cascos. Patinar me libera, tanto como escribir y el sexo. Ni un batido de Orfidal conseguiría el efecto relajante que estas tres cosas me producen y durante unas horas me he olvidado de lo que me trajo hasta aquí: el jodido estrés de Madrid, ciudad que sé que está hecha para mí, pero que aún no sé si yo para ella. Cada vez más, eso sí, poco a poco. Madrid es como una droga que sabiendo que es mala te engancha. Ya me he acostumbrado a la hostilidad del tiempo y de algunas de sus gentes así como a su frenético ritmo de trabajo donde, como una vez leí, comes mierda para cagar oro, pero echo en falta algo que mi tierra me daba en cantidades industriales: reírme más.

    Patinar, escribir, follar y reír. De estos cuatro deseos, en Benidorm ya he cumplido tres.



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