martes, 22 de marzo de 2016

DOMINGO DE RAMOS

   Entrar a museos suele ser para mí una experiencia sensorial emocionante. Hacerlo con mi madre es cuanto menos trepidante...


   Domingo de Ramos, Monasterio del Escorial. Mi mamá puede que sea la más guapa, simpática y jovial del mundo mundial pero prudente, lo que se dice prudente, no lo es. Cuando entró en el ala dedicada al Palacio de los Borbones, toqueteó todos los tapices cinegéticos, cómodas y demás enseres reales. Ella se tomó muy al pie de la letra lo de que Patrimonio Nacional era patrimonio de todos y encantada estaba, como en casa, haciéndose selfies con todo el brillío que se le pusiera por delante. En todas las fotos ocultaba cualquier atisbo de arte, no en vano lo más importante del retrato era ella, no lo de atrás y para flamenco su estilito. Los seguratas, tras advertirla varias veces, estuvieron a punto de llevarla a calabozo cuando intentó saltarse el cordón para ver más de cerca el retrete de madera del baño de la reina. Avergonzado tras ver cómo manoseaba la obra de Goya, planté mis rodillas en un reclinatorio de la Basílica para suplicarle a Dios que la Tierra me tragase y me mandase a Plutón. Más relajadita tras la bronca, entramos en unas salas de enormes cuadros y nos detuvimos frente uno colosal de Tiziano. Estábamos contemplando embobados la obra cuando de repente gritó exaltada:

-¡Oy! ¡¡Pero si hay trece apóstoles!! ¡Mira, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece y con el Señor, catorce! ¡Pero eso cómo va a ser!

   La sala era enorme y el eco expandió aquel chillido hasta el infinito. La gente comenzó a arremolinarse en torno a nosotros.. Nadie daba crédito. Efectivamente, había catorce personas pintadas en aquella escena. Un murmullo constante se apoderó de aquel salón...

-¡A ver si va a ser un camareiro!- apostilló una señora gallega buscando su minuto de gloria.

   Lo consiguió. Más de treinta personas congregadas alrededor de la obra le rieron la gracia. Una segurata porra en mano se acercó para poner orden y cuando le preguntaron por el presunto error bíblico nos dio a todos una improvisada lección de arte. En aquel lienzo encargado por Felipe II, el mismísimo Tiziano en un acto de egolatría decidió "colarse" en aquella cena. Dimos por buena aquella historia y el grupo comenzó a disolverse. Yo me quedé un ratillo más sacándole punta al cuadro percatándome de que uno de los apóstoles, el de rosa, además de amanerado era mucho más guapo que Jesús y de que una misteriosa mano con una bandeja de fruta asomaba por el lado superior derecho, la mano del apostol número catorce. Salido de mi trance sensorial, me di la vuelta y no había ni rastro de mi madre. Había desaparecido entre aquellos fríos muros, una vez más. La encontré minutos más tarde varias salas adelante, descansando, sentada en la sillita de la reina...




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